"El verdadero arte consiste en llegar hasta las últimas consecuencias."
Henry Miller.
Henry Miller.
Sentado se le veía
distinto, serio, rígido, como si estuviera esperando una mala noticia, pero
ahora que esta detrás mío su semblante es otro. Confieso que me ha tomado por
sorpresa, parece uno de esos tipos misteriosos que bien pueden estar
escondiendo una pistola o un anillo de compromiso.
Yo no oculto nada,
pero me suelo disfrazar que es distinto, siempre soy yo como quiera que me
vean; hoy por ejemplo estoy encubierta de una paciente más con una muela picada
y él probablemente está aquí por un blanqueamiento dental que desde mi punto de
vista es lo único que le falta para ser el dentista apuesto que anuncia una
marca de dentífrico, sin embargo ambos sabemos que todo esto es puro teatro.
No hemos cruzado
palabra alguna, si acaso algunas miradas que terminan en el borde de la mesa de
centro o en los cuadros de Botticelli
que cuelgan de las paredes. Casi puedo escuchar su respiración y cómo pasa
saliva de vez en cuando.
Sé que lo desea pese a
su aparente solemnidad; su mirada parece traicionarle y mi intuición me dice
que en realidad es un cazador estudiando su presa. Me pregunto qué sería de las
liebres si estas vieran en los ojos de los cazadores su verdadera intención.
Seguramente adivinarían como lo hago ahora, que están a punto de morir y
entonces ni siquiera se acercarían al cebo.
Pues bien he mordido
la carnada. Abro las piernas sólo un poco, pero es suficiente para que su mueca
se transforme, supongo que no esperaba una presa dispuesta a ser cazada. Sus
ojos se me han clavado como balas, parece que ha olvidado que se encuentra en
un consultorio dental. Se moja los labios y puedo ver como sus pulmones se
hinchan al respirar. Creo que está agitado.
Me toco. Siento como
mi dedo índice resbala y compruebo que soy como una ceda empapada. Si me lo
permite podría seguir hasta el final, pero de súbito se levanta de su asiento.
Aunque le tiemblan las manos intenta incorporarse y al fin ha esbozado la mitad
de una sonrisa. Me toma de la mano y con un movimiento difícil de describir nos
coloca de frente a un muro.
De cara a la pared suspiro
al recordar que traigo puesta una falda corta. Existen maniobras que
simplemente son irrealizables cuando se viste pantalón. Reconozco que la eterna
discusión sobre igualdad de género es absurda y en este momento prefiero ser
una mujer dócil.
Parezco un criminal a
punto de ser esposado. Ha llevado mis manos y brazos a uno y otro lado de mi
cabeza y por la fuerza con que lo hizo parece que no quiere que las mueva de
ahí. Yo le obedezco.
Aunque se encuentra
detrás puedo oler su humor, mezcla de maderas, tabaco y sudor; sin duda este
último me provoca. Cierro los ojos e imagino cómo es su miembro, si tiene vello
púbico profuso o si es lampiño, al tiempo que escucho como baja el cierre de su
pantalón.
Semidesnuda con la
espalda arqueada, no puedo evitar levantar un poco las nalgas y recuerdo
fugazmente un capítulo de mi serie favorita en la que una puta es atada de
manos y violada de cara a la pared de un callejón abandonado. Pienso que en
algún momento ella pudo haber convertido aquel acto perverso y violento en una
experiencia de psicomagia.
Siento el roce de su
pene con mis nalgas, es tan suave que me hace dudar y creo que aquella
sensación también podría deberse a la punta de su lengua, sin embrago la falta
de humedad me devuelve la visión de su miembro a punto de penetrarme y de sólo
pensarlo se me eriza la piel.
Hasta ahora no hemos
cruzado ni una sola palabra, todo indica que nuestra piel dialoga mejor de lo
que esperábamos y eso está muy bien, sería más que desagradable escuchar su voz
por primera vez mientras cogemos, siempre existe el riesgo de que uno de los
dos posea una voz ridícula y entonces sería el final. Sucede a menudo que los
hombres con voz seductora poseen un aspecto no tan agradable y viceversa.
Las palmas de las
manos me hormiguean; estoy nerviosa y ansiosa al mismo tiempo; rezo porque mi
estómago aguante aquella presión y no me propulse directo al baño. Detesto
sentir nervios en pleno interludio sexual, es decir ¿qué clase de señal es esa?
Me resulta de risa pensar que mi cuerpo se niegue a este tipo de placeres y por
ello lance señales de alerta a todo mi sistema. Ya me imagino a mis neuronas
–Alerta roja, alerta roja, se avecina un torrente de endorfinas a las diez en punto-
De a poco su pene va
resbalando en lo que ahora parece un caudal imparable. Lo hace tan lento que
sus brazos que están apoyados también contra la pared tiemblan; siento su
aliento sobre mi espalda y una corriente de saliva se acumula en mi garganta,
quisiera toser pero no lo hago. Lo hace tan despacio que alcanzo a escuchar el
sonido de nuestras articulaciones en movimiento.
Cuando por fin entra
me doy cuenta de lo erecto y rígido que se encuentra, entonces empieza a
moverse y me siento como si bailáramos samba, despacio y sin parar. Mis
sentidos están atentos a todo; escucho el choque de sus piernas con mi trasero,
es como si me diera nalgadas a un ritmo constante.
Sabe que tiene el
control y de vez en cuando amenaza con salirse abruptamente de mi. Cuando lo
hace vacila un poco y toma impulso para penetrarme con más fuerza; justo en ese
momento siento que voy a terminar, desearía que me tomara del cabello y me
dijera alguna palabra obscena, quiero gritar y no puedo.
Estoy acabando, mi
cuerpo entero se dilata. Nunca había estado tan húmeda; olvido que es un
completo desconocido y empiezo a gemir, me muerdo los labios para no gritar y
de pronto tengo un extraño sabor a hierro en toda la boca. Me duele el labio
inferior pero no importa, estoy teniendo un orgasmo que hace eco en toda yo. No
puedo pensar, no quiero si quiera pensar, siento su piel, su pene, su sudor
toda su humanidad me esta atravesando y nada en este momento me importa más que
lo que estamos teniendo.
Veo borroso, apenas
estoy superando la sensación cuando acelera sus movimientos. Lo hace con tal
fuerza que mis piernas están a punto se doblarse, pero trato de mantenerme en
pie, sé que está a punto de terminar porque se le escapan una especie de
quejidos que sofoca con mucho trabajo, es como si estuviera luchando contra
alguien.
Ha eyaculado. Lo sé
porque sentí una descarga líquida y caliente adentro, seguida de una espiración
tan prolongada que casi revienta su caja torácica. No sé bien que hacer, si
voltearme y decirle –Hola me llamo tal por cual mucho gusto- o quedarme recargada en la pared hasta que
desaparezca tras la puerta del consultorio. Si al menos supiera su nombre…